viernes, abril 11, 2008

Los curas también quieren (o 'Merece la pena II')

Los hombres también lloran, todos los perros van al cielo... y un montonazo de tópicos más que podríamos encontrar en la lengua castellana. Pero a mi se me ocurre otro que quizás nadie haya dicho: los curas también quieren.
Quien piense en el celibato como ser un desenamorado se equivoca mucho. Muchísimo. Es, fundamentalmente, libertad para la entrega. Y no una libertad de tiempos y horarios, que por cierto es también parte del contrato. Es libertad de vínculo, libertad interior para poder querer a cada uno en concreto como si fuera el único, porque ES el único, es Jesucristo para ti. ¿Calculará alguien alguna vez lo mucho que se quiere siendo sacerdote? Difícil. Es casi imposible de explicar, y quizás ponerlo por escrito en un blog de cuarta fila no sea la mejor manera de transmitir su importancia... y su candor.
De entre los que más quieres están, como es lógico, aquellos que teniéndolo todo escuchan dentro de si la voz de Dios. Si todos deber ser todo para ti, aquellos con mucha más razón hasta el punto de que, sin intentarlo excesivamente, les tratas con mucho más cariño. Porque son un recordatorio constante de que tu vida tiene un sentido. Porque son un ejemplo patente de que aquel para quien trabajas tiene, una vez más, misericordia de ti y de todos los hombres. ¡Es tan amable la vida de un chico así!. Y amable es su sentido más original: como aquella que merece la pena querer.
Y es donde tu trabajo llega a la hondura mayor, al punto donde el alma guarda su más recóndito secreto, su lugar al tiempo más escondido y luminoso. Lugar sagrado al que has de entrar como Moisés: con los pies descalzos, con veneración y respeto. "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?... Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad", con gozosa responsabilidad entras en esos aposentos. Necesaria es la humildad. Trabajo de cirujano especializadísimo, de amigo, de padre y de todo. No se puede fallar. Es lo más decisivo de la vida. No se puede fallar.
Por eso merece mucho la pena seguir peleando todos los días. Porque si tú peleas, otro escucha. Porque si tú peleas, los corazones, empezando por el de uno mismo, rebosan.
Y cuando lo ves recuerdas que vale la pena; y vale la pena no en general: mi vida vale la pena. Y a del otro también. Y eso está fenomenal.

1 comentario:

telescopiosabajo dijo...

Gracias, Ful. Pocas veces he visto hablar así del celibato. ¡Qué gozada...!

Un abrazo.

Luispo