viernes, junio 27, 2008

Pons Ferrata

Estamos ya en Ponferrada, ultima etapa de este tramo del camino de Santiago. El proximo curso volveremos para acabar este camino dando el abrazo al santo. Notareis que no hay tildes ni esa letra tan nuestra que es una n con una cosita encima: el teclado de este albergue debe ser guiri y no puedo cambiarlo.
Lo cierto es que ayer fue uno de los dias mas felices de mi vida. Y no exagero. Y lo cuento porque me da la gana y porque pienso que puede ayudar a los que lo lean a disfrutar tambien de las cosas minimas de la vida y sonreir ante las circunstancias.
Despues de dos dias de cansancio casi colosal, porque habiamos andado mucho y la noche de Leon alguno toco las narices mas de lo permitido, de modo que fue imposible dormirse hasta las 12 y pico de la noche [ten en cuenta que nos levantamos a las seis], llego a Antonio. Es fundamental tener otro brazo en quien descansar. Y esa es la primera noticia excelente: estar con un buen amigo que ahora es diacono, escucharle predicar, que pueda leer el evangelio... Es fantastico.
Lo cierto es que con esta incorporacion repartimos tareas y eso ayuda mucho. Total que la etapa de ayer tenia solo algo mas de 20 kilometros, lo cual significo ganar tiempo. Llegaron a las 12, porque yo libre y aproveche para rezar tranquilo, dormir una hora en la furgoneta, y tomar un desayuno optimo viendo los goles de Alemania. Total, que fisicamente recuperado. Cocinamos, bueno, cocino Antonio, y a las 3.30 estabamos comidos y con la charla que habia que dar a los chicos dada. De 3.30 a 5.30 un mus con otros chicos que que dire de ellos: Andres y Carlos. Ganamos Antonio y yo, que siempre es importante. A las 5.30 tuvimos una meditacion estupenda de antonio y luego misa en la iglesita romanica de Rabanal del Camino perfectamente atendida por los benedictinos. Impresionante, por fin, la devocion de los chicos. Me acordaba de aquellas palabras de San Josemaria cuya memoria celebrabamos: si no ensenamos a los chicos a hacer oracion no hemos hecho nada. Poco a poco.
Luego hable con uno de los chicos, un maquina el tio, la verdad. Luego visperas con los monjes, a las que me quede yo solo. Me entusiasmaron. Luego me pidio un italiano confesion, cosa por la que habian rezado los chicos, porque en el camino se conoce mucha gente y te cuentan muchas cosas. Eres cura... Y hoy toca rezar por otro italiano, a ver si se anima... Fenomenal, una gracia de Dios. Luego me confese yo mismo con el benedictino, que definio el sacerdocio con las palabras del salmo: que deseable es estar en tus atrios, vale mas un dia en tu casa que mil fuera de ella. Que deseable es estar en tus atrios... aunque haya mucha actividad. Siempre en casa...
Luego hicimos la lectura espiritual, que comenzamos haciendola Tomas, Andres y yo, luego se sumo Goyo, y ayer los dos Manrique y Antonio. Y el remate, la victoria de Espana. Montamos tal sarao, que los guiris que estaban alli nos hacian fotos a Antonio el diacono y a mi, que eramos, con mucho, los mas agitadores.
Nunca olvidare Rabanal del Camino. Que bien.

martes, junio 24, 2008

Villadangos del Páramo

Ya estamos en Villadangos del páramo. La etapa de ayer fue mortal, 38 kilómetros, y hay un caído que confiamos que pronto se recuperará.
El albergue está muy bien, es auto-gestión: llegas y te pones donde quieras. Así que hemos descargado los sacos de dormir y ya está todo para que cuando lleguen tengan cama segura. Este era el único sitio donde ese concepto no lo teníamos asegurado, pero tampoco está la cosa muy sobrecargada. Habrá unas 10 personas, ahora llegarán los chicos y seremos 14 más, pero no creo que se llenen las 70 plazas.
Va todo muy bien, sin más novedad que el calor y la paliza que está suponiendo este camino. Todo es ya 'sabido', o sea, que conocen perfectamente el horario y que hacemos, como en otras ocasiones, así que no hay más que seguir el curso de las cosas. A por ello. Confiamos en vuestras oraciones para que todo vaya bien.
Buen camino!!!.

sábado, junio 21, 2008

Terradillos de templarios

Ya hemos llegado a Terradillos de Templarios. 27 kilómetros bajo la 'Castilla ancha' sin una gota de sombra ni un mal viento que apacigüe nuestro andar. Andrés Olábarri afirma, mientras escribimos este blog, que "está destrozado" y yo no soy menos. Me encuentro fundido, pero lo cierto es que yo tengo 30 años y ellos, como mínimo, 10 menos.
Ha sido un día terrible que anuncia un camino duro. Agotador. Rectas interminables sin una mala sombra. Terrible. Eso sí, hemos concertado un albergue donde esperamos inflarnos a comer. Eso a los chicos, y a los hombres en general, les satisface bastante y ayuda casi tanto como la ducha.
Hemos medio discutido con unos italianos, porque los chicos les han dicho que Gatusso es un paquete y que Pirlo un pringao. Y se han cabreado, porque son bastante orgullosos.
Luego uno de andalucía, con acentazo de Málaga, se ha partido de risa cuando le hemos dicho que si era de Vizcaya. Ha dicho que ellos son del Madrid y del Málaga, de los unos para disfrutar, y de los otros para sufrir.
Aún quedan dos por llegar. Esperemos que lleguen.
Confiamos en vuestro apoyo.
Ahora comeremos y haremos la porra que hacemos todos los días para la eurocopa. Ayer ganó el que menos sabía de fútbol, que es Iñigo de Pablo, que apostó 0-0.
Tócate las narices.
Por bien decir.

viernes, junio 20, 2008

Mazapán

Mientras las selecciones de mazapán, relucientítas, sabrosas, de buen ver... y de mejor masticar por las selecciones de fútbol del de verdad, van cayendo; servidor se va con 14 al camino de Santiago. Empezamos en Carrión de los Condes, que es donde acabamos el año pasado, y terminaremos en Ponferrada. Doscientos kilómetros de nada.
Entre tanto, la preparación para Sydney sigue su curso. Yo espero que todos los lectores estén rezando desde hace tiempo, y si no ya es buen momento de comenzar, por el éxito de estas empresas, éxito siempre sobrenatural y de interés mayúsculo, como comprenderéis. Todos los días, pedídselo a Dios, porque una juventud fuerte y entusiasmada es un mañana muy distinto, cosa que hace mucha falta...
Pero volvamos al mazapán, después de ver ayer a Alemania con Portugal como 'Saturno devorando a sus hijos' (iba a poner la imagen de Goya pero me ha parecido tan espantosa que paso). Todos los portugueses iban muy chulines, con su superclase... y la queja de que los otros no tienen fútbol, que están caídos, que son unos mármoles increíbles. Pues toma. Otra lección de fútbol para nuestros lectores más infantes, que así aprenderán lo que es la eficacia.
Y lo que queda por venir.
Seguid votando: me temo que a partir de hoy la segunda opción suena más razonable que la primera...

miércoles, junio 18, 2008

Forza Italia (Vota en la encuesta, por cierto)

Los que me conocen lo saben bien. Cuando comenzó la eurocopa hice mi pronóstico: Italia empezará mal, jugará peor. Salvará los muebles en el último partido, hará un cuartos nefasto con España pero ganará, jugará una semifinal maravillosa ganando con autoridad y en la final pasará lo que sea.
De momento no voy mal: parada de un penalty que le dejaba fuera de la eurocopa en el partido con Rumanía, partido de cara contra Francia con penalty y expulsión y luego empeine de Henry para rematar la faena... En fin, italia.
¿Y sabéis lo que os digo? que forza Italia. Me encanta su practidad, su chulería, su eficacia, su catennacio, su no fútbol... y sus cuatro mundiales. Me encanta Gatusso, Grosso y Materazzi (por no decir de su genial provocación a Zidane)...
En fin, Forza Italia. El domingo iré con España... pero casi casi prefiero a Italia. Esos si que tienen 'gallardía', por decirlo finamente.

viernes, junio 13, 2008

Generosamente

Me marcó mucho aquella historia, y me hizo comprender que, es entre los más necesitados donde uno puede aprender el amor. Luego lo olvidé pero es verdad, porque a amar no se aprende y sin embargo es una de las cosas cuya enseñanza es, con mucho, la más valiosa de la vida.
Entre los necesitados. Ese va a ser el objetivo parroquial número uno del año próximo.
En los orígenes de mi vocación nunca, de verdad, nunca había dado importancia a este hecho. Me parecía irrelevante. Y ahora, como mirándome en el espejo que es el alma de los chicos, veo clara y nítidamente aquel reflejo de dos años consecutivos visitando a los gitanos de la celsa, junto al Mercamadrid. Todos los sábados, para darles, supuestamente, catequesis, pero realmente era para jugar al fútbol.
Hasta hace poco tiempo, pensaba que el único beneficio que había sacado a esas visitas era el haber sido, por algunos momentos, el tipo más interesante de mi clase de COU a ojos de las alumnas por ser un tipo que, fíjate, es distinto y tiene corazón. Lo recuerdo porque fueron a contar que eso existía, preguntaron si alguien lo había hecho y yo levanté la mano. Fue terminar la clase y verme rodeado por todas y por ninguno. Me llamó tanto la atención que, como véis, aún lo recuerdo...
Pero aquello fue anécdota. Lo realmente importante es que a lo mejor, entre aquellas montañas de ajos, cerdos que circulaban, niños incapaces de decir Fulgencio (me llamaban Koeman), y chicos con la suficiente desmemoria para no aprender el padrenuestro, a lo mejor yo aprendí a ser generoso...
Objetivo parroquial número uno: los necesitados. No habrá vocaciones mientras no haya percepción de entrega real y verdadera. Entregarse a los hombres es tarea maravillosa que nadie podrá calificar de carga, aunque lo sea...
Y la historia que me impresionó siendo niño, que olvidé y que ahora recuerdo permanentemente es esta:
En este Hospital tuvo lugar el suceso que recordó varias veces san Josemaría en su catequesis: un joven empresario, Luis Gordon Picardo (Cádiz, 1898 — Madrid, 1932), al tener que dedicarse a una tarea molesta para atender a un enfermo —limpiar el vaso de noche—, oraba al Señor pidiéndole que no se expresara en su rostro la repugnancia interior que sentía al hacer aquello. En una ocasión un obrero de la maltería, un hombre política y socialmente muy radicalizado, que estaba internado en un hospital, se quedó asombrado al ver que aquel hombre joven que le cuidaba y le lavaba las heridas era el mismo ingeniero de la maltería. En los comienzos del Opus Dei, cuando acompañaba a san Josemaría en una de sus frecuentes visitas a los hospitales, en aquel caso en el Hospital General, se dispuso a limpiar un orinal usado como escupidera. “Vi que palidecía tremendamente —recordaba San Josemaría—, pero se dirigió a un pequeño cuarto del hospital, donde había un grifo y unas brochas para lavar esas cosas. Lo seguí, pensando que podía caerse redondo al suelo, y me lo encontré con la cara radiante de alegría. En vez de utilizar las escobillas, metía la mano para limpiar bien el orinal. Me quedé muy contento y le dejé hacer. (...) Después, me contaba que había pensado: ¡Jesús, que haga buena cara!.

miércoles, junio 11, 2008

De un país lejano

Me llegó hace tiempo un mail de un amigo, pero no me atreví a publicarlo, por aquello de la clandestinidad...
Ahora lo he leído en un sitio público, de modo que me veo más confiado para hacerlo.
Allá va:

Pablo ya es sacerdote. Deo gratias! Estábamos todos muy inquietos. Días antes de Navidad, me había comentado que su obispo había sido liberado, ¡qué bien!, que estaba
algo débil y que le habían instalado dos cámaras de vigilancia en la puerta de su casa. No obstante, una noche, Pablo lo pudo visitar no sé si entrando por una ventana o por la chimenea. El obispo le dijo que no se preocupara, que si la ordenación no la podía celebrar él, le daría las dimisorias para irse a donde fuera posible que le ordenaran. No hizo falta. El pasado lunes por la noche Monseñor ordenó a los ocho nuevos sacerdotes en el sótano de su casa. Sólo él y los ordenandos, nadie más. Anteriormente me había escrito un e-mail en el que me decía que había posibilidades de "boda" en esos días –utilizábamos ese término para referirnos a las ordenaciones–. Pero no había nada en claro. Rezamos mucho. El lunes, sin saber yo nada, compré una tarjeta telefónica para llamarle desde un teléfono público (por seguridad). Esa tarde pude hablar con él. Me dijo que la ordenación podría ser esa misma noche. Pero que tampoco era seguro. En la Misa de mi parroquia todos lo encomendamos mucho. Aquella noche cuando ya estaba yo acostado, hacia las 10.30, recibí un mensaje en el móvil que decía: "ya ha sido la boda". De alegría y emoción salté de la cama. Rápidamente salí a la calle –hacía frío–, fui de nuevo al teléfono público y le llamé para confirmar la noticia. Ninguno de los dos podíamos hablar de la emoción. Tampoco debíamos, por seguridad, expresarnos en los términos exactos pero era evidente el gran acontecimiento que Pablo y sus siete compañeros acababan de vivir ya para siempre: ser sacerdotes de Jesucristo. ¡Impresionante! Pablo me decía que no podía dormir, que le parecía mentira y que no paraba de dar gracias a Dios y recordar a todas las personas que le han ayudado en ese camino hasta el sacerdocio. Sus padres aún no sabían la noticia. Ayer, martes, Pablo se fue a su pueblo y celebró su primera Misa "solemne" –y bien solemne, porque la Santa Misa siempre es solemne– en su casa, con sus padres y algún familiar. ¡Así de sencillo y así de grande! Porque ser sacerdote es algo muy grande. Al día siguiente como de costumbre celebré la Misa a las 7 de la mañana, di la noticia a los fieles y desayunamos chocolate con churros para celebrar tan magnífico acontecimiento. Pienso que Dios tiene que darle a Pablo, y a los otros siete, unas gracias especiales. Pensemos por un momento en el día de nuestra ordenación sacerdotal, es el día de mayor alegría en nuestra vida que compartimos con nuestros padres, familiares y amigos. Para Pablo y los suyos llegar al sacerdocio les exige incluso ese último sacrificio. Y en su nueva misión como sacerdote, el primer anuncio del evangelio fue comunicarle a sus padres: ¡Ya soy sacerdote! Bueno así hemos vivido este gran evento que nos ha llenado a todos de una inmensa alegría. Gratias tibi Deus, gratias tibi!”
Un abrazo inmenso.
De un amigo sacerdote.
"

martes, junio 10, 2008

Billete de 500 euros

Imagínate que sales de casa y te encuentras un billete de 500 euritos sobre el suelo, nuevo, reluciente. Nadie lo ha visto. Lleva tiempo ahí, esperándote... y arrecia el viento. Puede volar. Es el momento: nunca un pisotón tendrá mayor sentido. ¡Zas! presa cogida. Los 500 euros entre tu pie y el suelo. Los recoges y lo guardas, ufano por el hallazgo.
"Mejor lo ingreso en el banco!" piensas mientras te dirige a tu banco o caja de ahorros. "Daré 50 euros a los pobres, que soy bien nacido y sé ser agradecido"; hoy es tu día de suerte.
"Quería hacer un ingreso"; la chica de ventanilla coge tu billete. Le basta tocarlo para decirte: "lo siento, es falso". "¿Falso?", "si, más que un Judas de plástico"...
Decepción. Eso es lo que produce el encuentro con algo que se espera sea valioso pero al término resulta inauténtico. El diccionario define decepción como pesar causado por un desengaño.
Si un billete de 500 euros falso es capaz de amargar una mañana, un cristiano inauténtico o un sacerdote tibio son capaces de amargar toda una vida.
O, mejor, si un billete de 500 euros auténtico te alegra una mañana, ¿qué esperanza no dará un padre cristiano, una madre cristiana, un sacerdote verdadero?.
La inautenticidad es fuegos de artificio. Lo auténtico son los leños que arden.
Ánimo.

viernes, junio 06, 2008

Leños viejos y leños nuevos

Cuando aquella mañana de sábado, caminando por el centro de Madrid, se dio aquel encuentro fortuito pude concluir que, efectivamente, la gracia de Dios pasa de 'generación en generación' por puro amor suyo. Recordé aquello que hace años leí también fortuitamente en un ordenador del Seminario, porque un compañero había dejado abierto su correo... Se ve que le había escrito un sacerdote amigo suyo. A mi no me daba interés ninguno leer cosas de los demás, de modo que cerré pantalla, pero bastaron esos segundos para que una frase que estaba en el centro del escrito llamara mi atención y se me grabara para siempre. Allí ponía (cambio el nombre para evitar malentendidos): "querido Antonio, un sacerdote o muere de cansancio o muere de amor".
Cuando aquella mañana en el Madrid de los Austrias nos cruzamos con Don Félix, sacerdote mayor que no duraría más de un mes en esta tierra, tuve esa misma percepción: morirá de amor. Y de amor al sacerdocio. Porque cuando nos veía a nosotros, los curas jóvenes, era muy feliz. Y cuando veía a un muchacho que quería ser sacerdote, aún lo era más. Era la confirmación de la verdad de su vida.
La Iglesia es un hogar estupendo donde arden los leños; donde esos troncos viejos que han gastado su vida dando luz y calor van crepitando y, mientras se apoyan unos en otros, van cayendo para ser, primero, rescoldo, y luego, ceniza... Rescoldo de esos troncos nuevos, jóvenes, que reciben de ellos su fuego y arden vigorosamente para que otros tengan calor... y que llegarán a ser también rescoldo y ceniza. Cuestión de tiempo. Y así una generación, y otra, y otra... y el mundo sigue teniendo vida, calor, alegría.
No dejes de leer la historia que te pongo a continuación. Es, sin más, una de las causas de las reflexiones de hoy. Lo ley anoche, a las once, y me tuvo sentado en el sillón hasta las 12 pensando... rezando...
'Tolle et lege': toma y lee.

Asi me hice cura

La noche del 27 al 28 de diciembre de 1942 fue muy importante para un chico de doce años llamado José Luis Martín Descalzo. Transcurrían las vacaciones de Navidad en casa de don Cosme, hermano de su madre y párroco de San Cebrián de Arriba, un pueblecito de León. Aquella tarde había caído una gran nevada.
«En el viejo cuarto de estar —recordaría José Luis unos años después— golpeaba un reloj que marchaba más de prisa que los pasos de mi tío, que resonaban en el despacho. Mi tío era un hombre de esos a quienes hay que querer en cuanto se le conoce. Tenía el pelo gris y dos grandes arrugas surcaban la frente, sin que ninguna de estas dos cosas consiguieran hacer menos brillante su mirada ni apagar su sonrisa constante. En el cuarto de estar, mis hermanas hacían comiditas en un rincón. Yo jugaba con Laurel, un canelo de dos años a quien habíamos tenido que meter en casa porque la nieve casi taponaba la puerta de su caseta. De pronto, Laurel se puso rígido, estiró las orejas y lanzó un ladrido agudo, que hizo que mis hermanas levantaran a un tiempo la cabeza. Fue entonces cuando oímos que un caballo se acercaba calle abajo, y se paraba a nuestra puerta. Llamaban. Mi madre tiró de la soga, y al tiempo se abrieron la puerta de la calle y la del despacho de mi tío, que apareció con el breviario en la mano. Abajo había un hombre mal afeitado y con la pelliza salpicada de nieve.»
Aquel hombre venía a avisar de que en Roblavieja se había puesto muy enferma una señora y quizá falleciera esa misma noche. Él seguía su camino a otro lugar, en busca de unas medicinas. Don Cosme no dudó un instante. Se puso sus botas, acabó deprisa su cena y se dispuso a salir. No sirvieron de nada los consejos de su hermana, que le hacía ver el peligro de salir andando, de noche y con esa nevada, para hacer los cuatro kilómetros que había hasta Roblavieja. Solo logró convencerle de que le acompañara su sobrino, José Luis.
«Había dejado de nevar y el aire estaba tibio. Había salido la luna, que daba a la nieve una luz extrañamente blanca. Cuando salimos del pueblo, el reloj de la torre dio las diez de la noche. Mi tío iba embozado en su manteo, bajo el que ocultaba la caja de los sacramentos. Yo iba físicamente embutido en el abrigo y la bufanda y caminaba a saltos para no helarme los pies. La primera parte del camino fue fácil; pero cuando llevaríamos andados cerca de tres cuartos de hora se ocultó la luna y comenzó otra vez a nevar. Se levantó un frío que cortaba y que hacía llorar. La noche se había puesto muy oscura y no había más luz que la que despedía el brillo de la nieve. Fue entonces cuando yo comencé a tener miedo de veras, porque noté que mis pies se hundían más que antes, y tuve la sensación de que nos habíamos salido del camino. Miré a mi tío sin atreverme a hablar, y vi en sus ojos idéntico temor. Nos detuvimos. Se veían ya algunas luces de Roblavieja y el pueblecito se dejaba ver como una mancha más oscura. Pero ¿y el camino? No había posibilidad de adivinarlo, ya que la nieve estaba tendida como una capa, que no permitía adivinar dónde estaba el suelo firme.
»Seguimos andando a la ventura, y ahora el pavor estaba ya en mi corazón. Y entonces fue cuando sucedió lo que tenía que suceder, lo que estaba señalado para esta fecha desde la eternidad. Y todo fue sencillo, como una lección bien aprendida. Mi tío perdió tierra y cayó, dando un grito. Yo corrí hacia él e intenté ayudarle a ponerse en pie. Pero fue inútil. No podía ponerse en pie y ya no volvería a caminar más.
»Lo demás todo fue muy rápido. Corrí como un loco hacia el pueblo, sin atender en absoluto al peligro que también yo corría. Aporreé la puerta de la primera casa hasta hacerme daño en los nudillos. La noticia corrió de casa en casa, y poco después unos veinte hombres y varios perros me acompañaban al lugar donde había dejado a mi tío. Mientras, seguía nevando, y los ladridos de los perros eran secos y parecía que hicieran daño en el silencio. Mi tío estaba sin sentido, pero vivo todavía. Cuando le levantaron quedó en medio de la nieve removida una mancha de sangre que chillaba entre la blancura. Envuelto en una manta le llevaron hacia el pueblo. Abrió los ojos y pidió que le llevaran a casa de la enferma.
»Le arrimaron al fuego y se fue reanimando, mientras el médico vendaba la pierna, toda roja. Cuando estuvo un poco más repuesto pidió que le acercaran a la cama de la enferma, que era una viejecita arrugada que hablaba con rápidos chillidos. Había mucha gente en el cuarto, y yo noté que todos apretaban los labios como queriendo contener el llanto. Yo me quedé junto al fogón, sin acabar de comprender lo que pasaba; era demasiado grande aquello para mi pequeña cabeza. Yo perdí la noción del tiempo, porque mi tío y la vieja parecían no cansarse de hablar. Yo oía desde lejos la respiración ahogada de mi tío —una respiración irregular, como una máquina estropeada—, y entonces, no sé cómo, le vi como uno de aquellos troncos que iban desfalleciendo en el fogón. Le veía doblarse lentamente hasta que al fin cayera. Pero veía su sonrisa clara, que tampoco ahora se apagó; su alegría de morir en un acto de servicio, morir calentando a los demás y agotarse para dar puesto a otro leño que vendría tras él, para morir también en el fogón. Fue entonces cuando se me ocurrió de repente —¿cómo?— que por qué no iba a ser yo el leño que le sustituyera. No sé, nunca se sabe cómo se ocurren las grandes ideas.
»Al día siguiente las campanas de los dos pueblos tocaron a muerto, ¡aunque parecía que tocaban a gloria! Yo estaba como abstraído, como fuera de mí. La gente pensaba que era tristeza por la muerte de mi tío; pero ¿cómo iba a entristecerme una muerte tan estupenda? Me parecía tan terriblemente hermosa aquella muerte, que empecé desde entonces a soñarla para mí. Y era este sueño lo que obsesionaba mi cerebro infantil.»
Al siguiente mes de octubre, José Luis entró en el seminario. Las cosas no fueron fáciles, pero se fueron resolviendo. «Yo recordaba siempre a mi tío en cada sacerdote que veía, y recordaba aquella noche de nieve cada vez que nuestro patio aparecía blanqueado; recordaba sobre todo aquel fogón en que los leños iban consumiéndose. Y pensaba: dentro de cuatro años me tocará a mí arder y también calentar y alumbrar. ¿Qué sería de nosotros sin este fuego vivificador? En los pueblos sin sacerdote —pensaba— deben tener un invierno perpetuo.
»Y entonces venía a mi memoria toda mi vida. Recordaba, sobre todo, aquella noche de diciembre y me parecía que ahora yo estaba repitiéndola. Tanto, que cuando por fin subí al altar tuve la sensación de oír el reloj que aquella noche había dado las diez campanadas. Y cuando me acercaba a la Consagración me parecía como si me hundiese en tierra, igual que aquella noche en la nieve. Me temblaba el corazón como entonces, aunque esta vez no de miedo, sino de gozo.
»Cuando acabó la Misa me senté en un rincón de la iglesia y allí estuve largo rato, como intentando explicarme a mí mismo lo que había sucedido. Todo en mi vida era distinto, comenzaba a sentirme útil y mi existencia empezaba a servir para algo. Me veía entre los hombres con las manos llenas de amor y siendo como un canal entre ellos y Dios, un canal por el que bajarían las gracias del Cielo, por el que subirían las oraciones de la tierra. Me veía derramando el agua santa sobre la frente de los niños, y acompañando los últimos minutos de los moribundos; perdonando a los jóvenes sus pecados —¡ah, y viéndoles marcharse contentos, con una nueva alegría!— y bendiciendo los nuevos hogares en que se perpetuaría la vida. Veía a los niños arrodillados, puros y angelicales, ante el altar, y yo bajaba hasta ellos y les ponía el Cuerpo del Señor sobre la lengua. Yo rezaba también sobre los muertos, y mi bendición era lo último que descendía sobre sus tumbas entre las paletadas de tierra. Yo bendecía las casas, y los animales, y los frutos, y hablaba a los hombres de Dios, y por ellos, por todos ellos, levantaba en las manos la Hostia blanca, en la que Cristo se nos mostraría y vendría a vivir entre nosotros. Sí —pensé—; mi vida comienza a servir para algo.
»Pienso que ya estoy ardiendo, que soy el leño en el fuego, el fuego que ilumina, que calienta; que ese es mi destino: consumirme en un acto de servicio, en un glorioso acto de servicio a los hombres. ¡Y estoy tan orgulloso con este destino!
»¿Cuánto durará? ¡Qué importa eso! Quizá sean muchos años, como mi tío; quizá solo unos meses, puede que unos días; quién sabe si esta misma noche no nevará y estará borrado el camino que lleva a Castales y llegará uno a caballo a llamar a mi puerta. Por eso tengo que darme prisa, tengo que buscar en seguida alguien que me sustituya, que siga en la brecha si yo muero. Este fuego no puede extinguirse, porque con él se apagaría el mundo.»

miércoles, junio 04, 2008

En el camino

No hay cosa que mueva a la autenticidad con más fuerza que llevar a otros a recorrer tu mismo camino. Lo digo porque no creo que haya nadie capaz de persuadir a otros de llevar un modo de vida que a él mismo no le gustara en absoluto.
Cuando uno invita a algo, es porque ese algo te gusta; y cuando las personas se animan a ese camino, se produce como el pago de esa invitación: el entusiasmo del segundo anima el camino del primero.
Es una obviedad decir que Antonio es amigo mío. El próximo sábado recibirá el orden del diaconado. "El número de los discípulos continúa creciendo". El aceptó en su día la oferta de Dios de seguir un camino de entrega en el sacerdocio. Y en ese camino nos conocimos, yo terminando mi preparación, él en los comienzos.
Cuando pienso en su ordenación pienso que "no es posible fallar", porque eso es sinónimo, para mi, de engañar. La fidelidad es un bien escaso pero valioso, y la mejor manera de custodiarlo es introducir a otros en caminos de entrega y autenticidad. "Mi fidelidad es la suya", podríamos decir. Y su entusiasmo ante este maravilloso sacramento es, por así decirlo, el mío. Y así seguirá siendo por los siglos, como fue en los comienzos de Pedro y Andrés, de Felipe y Natanael...
"Antes morir que pecar". Eso decían los antiguos y se entiende fenomenal. Es un peso dulce este de la responsabilidad, de la necesidad de ser modélicos... y si no lo vamos a hacer bien, si no vamos a responder como Dios quiere, mejor es que nos llame a su lado.
Ser fiel es disfrutar con el camino emprendido, aun cuando pudiera costar. Y la fecundidad es la que, primero, da certeza de la verdad del camino comenzado y, después, le da un colorido nuevo, estupendo.
Si no, piense cada uno en su camino, y verá como es cierto...
... o cómo debería serlo.

lunes, junio 02, 2008

La catedral de Mejorada

Cuando Don Justo Gallego comenzó, hace 44 años, a construir una iglesia porque le daba devoción y por amor a la Virgen no creo que imaginara el fenómeno que iba a desarrollarse. Con materiales de desecho y porquerías tipo botes de colacao, comenzó a rellenarlos de cemento y de otras cosas y a construir su iglesia, sin licencia pero con terreno; sin carrera (arquitectos, ¡denunciadle!) pero con unos libros de arte bajo el brazo; sin dinero (vendió todo para seguir con su proyecto) pero con ilusión...
Total, que hoy podemos ver una iglesia inconclusa (¿la terminará una vez?) y máximamente dispar. En un lado hay un patio, en el otro un nosequé... en fin que hay valores de todos los estilos de arte y, a la vez, ninguno.
Cuando uno se topa con la gente de la calle, y se dedica a la tarea de la formación, se da cuenta de que casi todas las conciencias son así: inacabadas y eclecticas. Tienen algunos valores -solidaridad, amor-, pero no hay un conjunto armónico. Dicen si a la vida y al aborto y se quedan tan panchos. Dicen si al amor y al divorcio; si a la verdad y al robo... Maravilloso eclecticismo.
Es como si el edificio cristiano hubiera ardido y quedaran Justos Gallegos de la vida que recogen lo que pueden y hacen lo que pueden. Vidas muy desestructuradas, conciencias inconclusas...
Por eso, cuando uno tiene formación suficiente para conocer principio y fin de la vida, causa y efecto de las cosas, valores que deben poseerse y cosas que deben rechazarse... como mínimo, debe dar gracias a Dios porque tiene su casa fundada sobre roca firme, y vendrán las lluvias, se saldrán los ríos... y aguantará.
Si no eres de esos bienvenido a la parroquia. Podemos ayudarte a poner pilares firmes, como don Justo.