miércoles, junio 11, 2008

De un país lejano

Me llegó hace tiempo un mail de un amigo, pero no me atreví a publicarlo, por aquello de la clandestinidad...
Ahora lo he leído en un sitio público, de modo que me veo más confiado para hacerlo.
Allá va:

Pablo ya es sacerdote. Deo gratias! Estábamos todos muy inquietos. Días antes de Navidad, me había comentado que su obispo había sido liberado, ¡qué bien!, que estaba
algo débil y que le habían instalado dos cámaras de vigilancia en la puerta de su casa. No obstante, una noche, Pablo lo pudo visitar no sé si entrando por una ventana o por la chimenea. El obispo le dijo que no se preocupara, que si la ordenación no la podía celebrar él, le daría las dimisorias para irse a donde fuera posible que le ordenaran. No hizo falta. El pasado lunes por la noche Monseñor ordenó a los ocho nuevos sacerdotes en el sótano de su casa. Sólo él y los ordenandos, nadie más. Anteriormente me había escrito un e-mail en el que me decía que había posibilidades de "boda" en esos días –utilizábamos ese término para referirnos a las ordenaciones–. Pero no había nada en claro. Rezamos mucho. El lunes, sin saber yo nada, compré una tarjeta telefónica para llamarle desde un teléfono público (por seguridad). Esa tarde pude hablar con él. Me dijo que la ordenación podría ser esa misma noche. Pero que tampoco era seguro. En la Misa de mi parroquia todos lo encomendamos mucho. Aquella noche cuando ya estaba yo acostado, hacia las 10.30, recibí un mensaje en el móvil que decía: "ya ha sido la boda". De alegría y emoción salté de la cama. Rápidamente salí a la calle –hacía frío–, fui de nuevo al teléfono público y le llamé para confirmar la noticia. Ninguno de los dos podíamos hablar de la emoción. Tampoco debíamos, por seguridad, expresarnos en los términos exactos pero era evidente el gran acontecimiento que Pablo y sus siete compañeros acababan de vivir ya para siempre: ser sacerdotes de Jesucristo. ¡Impresionante! Pablo me decía que no podía dormir, que le parecía mentira y que no paraba de dar gracias a Dios y recordar a todas las personas que le han ayudado en ese camino hasta el sacerdocio. Sus padres aún no sabían la noticia. Ayer, martes, Pablo se fue a su pueblo y celebró su primera Misa "solemne" –y bien solemne, porque la Santa Misa siempre es solemne– en su casa, con sus padres y algún familiar. ¡Así de sencillo y así de grande! Porque ser sacerdote es algo muy grande. Al día siguiente como de costumbre celebré la Misa a las 7 de la mañana, di la noticia a los fieles y desayunamos chocolate con churros para celebrar tan magnífico acontecimiento. Pienso que Dios tiene que darle a Pablo, y a los otros siete, unas gracias especiales. Pensemos por un momento en el día de nuestra ordenación sacerdotal, es el día de mayor alegría en nuestra vida que compartimos con nuestros padres, familiares y amigos. Para Pablo y los suyos llegar al sacerdocio les exige incluso ese último sacrificio. Y en su nueva misión como sacerdote, el primer anuncio del evangelio fue comunicarle a sus padres: ¡Ya soy sacerdote! Bueno así hemos vivido este gran evento que nos ha llenado a todos de una inmensa alegría. Gratias tibi Deus, gratias tibi!”
Un abrazo inmenso.
De un amigo sacerdote.
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